En la naturaleza, hasta el más mínimo detalle es
aprovechado por cualquier especie para sacar todo su potencial. En el mundo de
los cazadores, las adaptaciones y cualidades individuales adquiridas por las
especies para sorprender al acecho y dar muerte a la presa, marcan la
diferencia con el resto de animales. Garras que penetran en la piel de la presa
como cuchillos, un camuflaje perfecto para no ser descubierto hasta el último
momento, o una velocidad extrema para matar en cuestión de segundos hacen que
dos animales aparentemente semejantes puedan llegar a ser tan distintos si se
les conoce en profundidad.
En la península ibérica hay muchos cazadores nocturnos,
de entre los cuales destacan los alados,
y dos de ellos serán los protagonistas de esta entrada. Dos rapaces que en
determinadas zonas donde pueblos ganaderos irrumpen en extensas masas
forestales, llegan a convivir y hasta a compartir cocina. El cárabo y la lechuza,
dos magníficos matadores de pequeños mamíferos, principalmente roedores. El
plumaje pone nombre a cada uno haciéndolos inconfundibles, pero también, como
veremos a continuación, su forma de ganarse la cena los diferencia.
Empezaremos con el cárabo, ese búho forestal de ojos
negros y plumaje críptico.
Cárabo común (Strix aluco) sobre un posadero habitual buscando alimento
Pocas veces lo veremos en posaderos bajos, suele esperar paciente en lo alto de árboles de gran porte, altas torres, tejados, cables... Por ello su
observación también se hace más
complicada. Su arma fuerte es la vista, una vista tan potente que le permite
detectar su presa desde las ramas más altas para posteriormente caer sobre ella
como una mortífera sombra. Es más que conocido que esta especie es capaz de
volar en la más absoluta oscuridad, pudiendo visualizar y esquivar cualquier
objeto.
A diferencia, la vista de la lechuza es relativamente
buena, mejor que la nuestra, pero más pobre que la del cárabo, su campo de
visión está limitado a unos 110 º. Para sobreponerse a esta limitación es capaz
de girar el cuello unos 270 º, lo que le permite cubrir todo el campo. Pero el
arma secreta que le permite cazar con tanta efectividad es el oído. A menudo
localiza las presas gracias a los sensibles pabellones auditivos que tiene alojados
en el interior de los discos faciales. Estos actúan como auténticos conos
amplificando enormemente los sonidos. Por ello, sus posaderos más frecuentados
son los postes bajos, con especial predilección por los típicos cercos de palos
y alambrada que delimitan los campos.
Una curiosidad que hemos podido destacar en ambas especies
son sus "noches de abundancia".
En base a lecturas de grandes naturalistas británicos
conocedores de la especie y nuestras propias estadísticas de observaciones de
campo, llegamos a la conclusión de que hay días idóneos de caza para cada
especie. Por lo general los días sin viento son los mejores sin lugar a dudas,
ya que este entorpece tanto en ruido como en movimientos falsos de la
vegetación. Por otra parte, mientras a los cárabos no les afectan tanto las
nubes, la lechuza parece preferir los días en los que la brillante luna no
desvela su posición. A estos dos factores podemos añadirles positivamente la
humedad y las altas temperaturas, pues aumentan la actividad de los pequeños
mamíferos e insectos.
Para concluir este post, cabe destacar que ambas especies las hemos estado observando en la misma zona y que los dos ejemplares que mostramos en sendas fotografías utilizaron los mismos campos para alimentarse.
Esperamos haber despertado algo de admiración por estos maestros de la caza en las tinieblas, o simplemente haber podido aportar alguna curiosidad a los seguidores del blog. Un saludo a todos
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